sábado, mayo 15

LA ESTAFA

(MI "YO" Y OTRAS HISTORIAS)





Don Wilfredo Robledo fue el antiguo dueño de la bodega que tenía mi papa en el centro del pueblo. Su llegada a Cruces se remonta a finales del siglo XIX cuando su destacamento fue abandonado por el Coronel Luaces y fue apresado por el recién estrenado teniente Roberto Lugones. Todo hacia suponer que el teniente fusilaría a Don Wilfredo ya que un capitán de aspecto feroz había ordenado pasar por las armas a todos los oficiales que capturaran. Don Wilfredo pidió hablar a solas con el teniente Lugones y éste, luego de pasar todo el día sin aparecer por el calabozo, regresó en la noche y abriendo la puerta de la celda le pidió a Don Wilfredo que saliera. Una vez fuera fue conducido por el teniente y dos soldados a las caballerizas donde fue interpelado por el teniente acerca de cuál era la prisa de Don Wilfredo para hablar con él.


Don Wilfredo se tomó todo el tiempo del mundo para hablar directamente con el teniente, pero antes de hacerlo le pidió encarecidamente que quedaran solos, debido a la importancia del asunto. El teniente, de mala gana, terminó por aceptar y le pidió a la pareja de soldados que se alejaran un poco, pero que estuvieran atentos por si el gallego intentaba escapar. Una vez que estuvieron solos Don Wilfredo comenzó a relatarle al teniente acerca de un cargamento pequeño de monedas de oro y joyas que había sido capturado por él y por sus hombres a un grupo de insurrectos. Este tesoro que había sido interceptado por la avanzada del Mayor General Calixto García fue enviado por el mismo general al estado mayor de Máximo Gómez para que éste, como jefe principal del ejército libertador, destinara los recursos capturados al enemigo en la guerra.


El origen del cargamento tuvo lugar en la villa de San Cristóbal de la Habana y fue reunido por un grupo de damas distinguidas, esposas e hijas de altos oficiales que se encontraban en los campos luchando por mantener el poder del Rey en la Isla. A pesar de que muchas familias presentían el final del imperio cooperaron con esta noble causa, ya que muchos de sus familiares se encontraban en las filas del ejército. Al final este pequeño grupo de damas logró reunir una verdadera fortuna en monedas de oro, monedas de plata, joyas, collares y una envidiable cantidad de papel moneda en oro y plata, emitidos por el Banco Español, la cual fue entregada personalmente al recién estrenado Capitán General Adolfo Jiménez Castellanos y Tapia quien, por supuesto elogió y agradeció a las damas este noble esfuerzo y se comprometió con ellas a llevar los recursos para destinarlos al mejoramiento de la calidad de vida de los soldados españoles.


Lo que nadie ha podido comprender es por qué este importante cargamento era trasladado por una pequeña tropa que intentaban esconder el botín entre varios cadáveres que supuestamente serían trasladados al puerto de Matanzas, para su traslado a España. Esta absurda excusa levantó las sospechas del joven teniente quien dio órdenes de revisar los ataúdes y para su sorpresa descubrió todo el tesoro, llevándolo, por supuesto hasta la casa de campaña del Mayor General Calixto García, quien ordeno al propio teniente que se encargara de trasladar el cargamento hasta el campamento de Máximo Gómez en las Villas, siendo recapturado por una escuadra que era dirigida por Don Wilfredo.


Don Wilfredo no tenía en su interior muchas esperanzas acerca de que este oficialillo lo tomara muy en serio, pero como era su costumbre, nunca dejaba nada para después y ésta, aunque remota, era una posibilidad para salvar su vida ya que, según el oficial que había visitado los calabozos en la mañana, todos los oficiales debían ser pasados por las armas y él no quería morir. Es por ello que su sorpresa fue inmensa cuando el teniente le pregunto si él tenía todo el cargamento escondido, a lo que Don Wilfredo contestó con un no rotundo, él solo tenía una pequeña parte de las monedas y algunas joyas que había logrado hurtar antes de entregar el cargamento a sus jefes y que era esta pequeña fortuna la que estaba dispuesto a cambiar por su vida.


El teniente aceptó y mandó a llamar a los dos soldados a quienes les ordenó conseguir cuatro caballos y víveres para tres días. Don Wilfredo no podía creer que su suerte empezaba a llegar y a pesar de que no estaba seguro que le respetaran la vida después de entregar las monedas y las joyas, comenzaba a respirar de manera diferente y eso siempre le daba confianza.


Por dos días cabalgaron hasta un paraje conocido como el Rincón del Muerto en el sur de Las Villas, donde Don Wilfredo dio la señal para detenerse y ayudado por los dos soldados excavaron una tumba abandonada en el monte que estaba marcada por una cruz de madera, cubierta por cintas de cuero sin curtir. Excavaron más de cuatro metros de profundidad junto a la cruz hasta que Don Wilfredo dio la orden para que se detuvieran, con sus manos termino de retirar los restos de la tierra que cubrían la pequeña caja y la tomó en sus manos dándosela al teniente quien no daba crédito a su buena fortuna.


Media hora después Don Wilfredo cabalgaba solo rumbo a un pequeño pueblo que había conocido el verano anterior donde se había encontrado con un paisano de su pueblo. Cabalgaba feliz, porque lo que nunca pensó el teniente era que él solo le había dado una pequeña parte de la fortuna que había hurtado del cargamento original. Cada vez que recordaba la cara de lástima y agradecimiento del teniente cuando puso unas monedas de oro en sus manos para que, según dijo: “iniciara una nueva vida”. Pendejo, si lo viera ahora con dos sacos llenos de monedas, joyas y billetes de seguro que lo mataría.


El teniente se alejó con los dos guardias dejando a Don Wilfredo con una cara de tristeza que jamás había visto. Tanta fue su pena que le dejó unas pocas monedas, algo de comida y el caballo. El teniente sabía que iba a recibir un buen regaño por la perdida del prisionero y el caballo, pero bien valía la pena pues el futuro de su hermano y él ya estaba resuelto.


El teniente no quería creerle a su hermano cuando le señalo a Don Wilfredo y le hizo la historia de que fue el gallego el jefe de la partida de españoles que había reconquistado el “tesoro de los muertos” y que el sospechaba que el gaito se había “guardado” algo. Así fue como se le ocurrió la idea de llegar a la celda y decir que los oficiales iban a ser pasados por las armas y no se equivocó, el gallego tenía un guardadito.


Don Wilfredo llegó a cruces un día y medio después que fuera liberado por el teniente. Su ropa eran lastimeras, todo su cuerpo estaba lleno de hollín, tal parecía un pobre carbonero que llevaba un par de sacos de carbón a vender al pueblo. Apenas llegó al pueblo fue directamente hasta la bodega de su paisano quien se asombró de verlo en ese estado tan lastimero. Luego de beber una cerveza y comer un trozo de queso le recordó a su paisano el trato que habían hecho el verano anterior acerca de la venta de la bodega.


El paisano al escuchar a Don Wilfredo hablar de la venta de la bodega no pudo menos que soltar una carcajada y preguntarle entre los ahogos provocados por la risa con qué pensaba pagar, ya que habían quedado en la cantidad de dos mil pesos oro. Don Wilfredo termino de masticar el ultimo pedazo de queso y con nerviosismo introdujo su mano en la camisa y saco una forja mediana de cuero. Comenzó a contar los billetes ante la mirada de asombro de su paisano.


Esa misma tarde Don Wilfredo tomo un baño dentro de una tina de madera en el baño de su nueva casa ubicada en la parte trasera de la bodega. Había hecho el mejor negocio de su vida, a pesar de que la bodega estaba en un pueblo prácticamente arruinado por la guerra. Don Wilfredo pagó las deudas de la bodega y visitó uno por uno a todos sus marchantes que le debían plata, conversó con ellos, analizó quien podía pagar poco a poco y quien no y así supo a quien se le podía fiar y a quien no.


Don Wilfredo no tuvo competencia hasta el mes de febrero de 1911 cuando un emprendedor mulato compró una casona en ruinas del otro lado del parque y abrió una bodega. Para aprovecharse de la clientela del gallego, el mulato regalaba un trago de ron a quien le comprara su mercancía. El próspero negocio del mulato tan solo duró quince días. Nadie supo por qué de buenas a primera el mulato compró un boleto para Cienfuegos en el tren de la tarde y desapareció sin reclamar siquiera la mercancía que estaba en su bodega. Bueno para ser exactos si había dos personas que conocían la verdad: Don Wilfredo y Vargas, un teniente de la recién creada Guardia Rural que fungía como jefe del puesto. Ambos habían amenazado de muerte al mulato y lo obligaron a marcharse con lo que tenía puesto. Por supuesto que Vargas y Don Wilfredo se repartieron las ganancias de la mercancía que tuvo que abandonar el mulato.


Aunque Don Wilfredo nunca se casó y no se le conocían amores ni flirteos con las numerosas damas conocidas como las “viudas de la guerra” si tenía una amante en el cercano pueblo de Camarones, una mulata que casi nunca visitaba la bodega y con la que se rumoraba que tenia dos niños. Cada semana Don Wilfredo enviaba a mi padre, que era su ayudante, a llevarle una factura de comida y dinero. Dos o tres veces por semana Don Wilfredo visitaba a la mulata a donde llegaba en horas de la noche y regresaba al amanecer.


Don Wilfredo era un tipo afable, medio tacaño aunque no como mi padre, yo no lo conocí personalmente, pero mi padre no se cansaba de hablar de él, para todo lo ponía de ejemplo, incluso aquella vez que un tipo llegó a la bodega y pidió un doble de Bacardí y al pagar lo hizo con un billete nuevo de 20 pesos. Mi padre estuvo un buen rato mirando el billete, buscando alguna pista que le confirmara su duda de que el billete era falso, pero no, todo estaba bien y le dio el cambio al señor quien le dijo: “el billete es falso, yo los hago personalmente” y le devolvió el cambio a mi papa. Mi papa tomó el billete e intentó devolverlo pero el señor le dijo: “se lo regalo si usted me regala el trago”. Mi padre aceptó de buena gana y el señor se marchó.


Mi padre me dejó a cargo y fue caminando hasta el banco donde sin ningún problema cambió el billete por cuatro billetes de cinco pesos. A su regreso me extendió un billete de cinco pesos como regalo y comenzó a reírse a carcajadas ante mi total asombro ya que no entendía absolutamente nada. Fue hasta la noche cuando estaba toda la familia sentada en la sala que mi padre le comentó a mi tío si el recordaba al verdugo. Mi tío estuvo unos segundos meditando y le respondió preguntándole si no era el mulato que había estafado a Don Wilfredo y mi padre soltando una despampanante carcajada le respondió que sí. Yo, que todavía seguí sin entender nada, le pregunte a mi padre acerca de esa estafa y fue entonces que mi padre me contó la siguiente historia.


Cuenta mi padre que Don Wilfredo estaba leyendo el periódico una tarde cuando entró un mulato que era muy conocido en el pueblo, le llamaban el Verdugo porque según mi padre, él se encargaba de matar las reses en el matadero que estaba en el central Andreíta. El Verdugo se sentó en lo último de la barra y le pidió a mi padre un doble de Arrechabala, mi padre se lo sirvió y el Verdugo lo bebió de un tirón y se paró preguntándole a mi padre sobre cuanto le debía. Mi padre diligente le respondió que catorce centavos y este señor le extendió un billete de 20 pesos nuevecito. Mi padre fue hasta donde estaba sentado Don Wilfredo y este examinó el billete por todos lados y aunque no encontró nada, le pidió permiso al mulato para que mi padre fuera al banco a cambiarlo ya que no tenía cambio que darle. El verdugo asintió con mala cara a lo que Don Wilfredo respondió con una invitación a un trago por la casa. El mulato sonrío y acepto de buena gana.


Diez minutos después regreso mi padre con el cambio y el mulato se fue con una sonrisa. Al día siguiente regreso el Verdugo, pidió un trago, lo bebió de un tirón y extendió otro billete de 20 nuevecito. Mi padre nuevamente fue al banco y allí se lo cambiaron sin ponerle ningún reparo. Varios días estuvo el Verdugo asistiendo a la bodega y pagando cada vez con un billete nuevo de 20 pesos hasta que un día Don Wilfredo lo llamo aparte y estuvieron conversando largo y tendido mientras que una botella de coñac desaparecía entre los acordes de esa conversación misteriosa.


Don Wilfredo no le contó a mi padre nada hasta pasados unos días cuando se acercó a él y le dijo con cara de tristeza que lo habían timado. Mi padre, que estaba ajeno al asunto, le pregunto por qué él decía eso y fue cuando Don Wilfredo le contó que ese día que tuvo la conversación con el mulato este le había confesado que él era quien fabricaba los billetes pero que no podía hacer muchos ya que necesitaba dinero para comprar los materiales y una imprenta, que solo así podía fabricar todos los billetes que él quisiera. Don Wilfredo le preguntó si podía fabricar millones de billetes y el mulato le respondió que sí, que un solo billete de 20 le costaba 2 pesos fabricarlo pero que si encontraba alguien que se uniera a él y comprara las cosas necesarias el se conformaba con el treinta porciento.


Don Wilfredo sacó cuentas invertiría unos pocos miles de pesos en materiales y ganaría millones, ya que como él mismo comprobó los billetes eran aceptados por el banco. No lo pensó mucho y le entregó dos mil pesos al mulato quien prometió comenzar a traer los materiales en la noche. Tal como lo había prometido, el Verdugo llegó en la noche a la parte trasera de la bodega y descargó de una carreta varias cajas que Don Wilfredo acomodó en el fondo del traspatio.


Don Wilfredo le entregó otros tres mil pesos al mulato para la compra de la imprenta y la renta de un local en las afueras del pueblo. No hay que decir que fue la última vez que lo vio. Días después entendió que le habían cometido una estafa y enterró el asunto para siempre.


Ahora entendía la risa de mi padre y el por qué me había regalado el billete de cinco pesos ya que, según él, el dueño de ese billete regresaría al día siguiente con la misma estratagema y no se equivoco, por varios días mi padre le siguió el juego al hombre quien no se percataba que le dejaba billetes de 20 a mi padre para estafarlo y era él quien estaba perdiendo. Varios días después el hombre desapareció cuando se percató que no podía estafar a mi padre.


Aunque mi padre fue muy agradecido de Don Wilfredo ya que él fue su heredero, nunca dejó de contar esta anécdota y reírse a carcajadas ya que comprendía que si hubiese sido él el primero también hubiese caído en la trampa que, dicho sea de paso, fue una estafa muy utilizada a principios del siglo en los campos de Cuba.



3 comentarios:

María Emma dijo...

Me gusta mucho este tipo de historias.

GINITEANDO dijo...

NO SE COMO TE LAS ARREGLAS PARA PERDERTE EN EPOCAS PASADAS ,RECREARLAS CON EL AROMA DE LOS VIEJOS TIEMPOS ,HASTA CREO ESCUCHAR LAS VOCES Y EL ACENTO DEL HABILIDOSO GALLEGO.ME GUSTA ESTE IR Y VENIR POR NUESTRA HISTORIA CABALGANDO SOBRE PERSONAJES REALES O NO INVOLUCRADOS EN ANECDOTAS QUE NOS DICEN MUCHO DE NUESTRO INGENIO Y NUESTRO PASADO.UNA ESTAFA MUY PARTICULAR Y UN FINAL INSOSPECHADO POR LA AGUDEZA DEL PADRE.EL LENGUAJE SE PASEA POR LOS FINALES DEL SIGLO XIX CON LIGEREZA Y MAJESTAD.FELICIDADES.

Lotus dijo...

Calidad! La gente y su astucia jajaja.

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