miércoles, octubre 13

DISCURSO DE LA IMPOSIBILIDAD





I

Abrir la puerta, salir al mundo
a través de la voz o el espacio de una consagración,
para convertirnos en la milésima parte de una mirada
que desgarra el destiempo. Provocamos los milagros,
ese segundo tan controvertido que quedó atrapado
en la maroma de un invento, de una solución inoportuna
que jamás pudo imaginarse el delirio de una fuga masiva.
Seguimos desde la distancia,
perdidos en la sonrisa hipócrita que nos indujo al escape,
en esa vela encendida para mitigar las maldiciones
regresamos al pasado, solo de alma y no de cuerpo
no podemos permitirnos la imposibilidad
la vela sigue su paso en el destino
en esa conversación interior
que corroe cada labaerinto sonrojado
son muchos los pecados que duermen
a la espera de una melodia para despertar

Vamos entre tiempo y alegorías
discursos pletóricos de falsas averiguaciones
botellas vacias que anuncian el final
de una batalla campal entre la vocingleria
y la corresponsalia de la verguenza
porque llega el tiempo y barniza las palmeras
ya todas desteñidas desde la ultima pasarela
vuelven las voces ahora desde lejos
vaticinan lo que todos conocen
callan lo que todos quieren esperan sentados por ese futuro
tan depauperado como el fantasma de la desesperanza

El regreso o el escape, el punto exacto
donde se abre la monotonía y comienza la soledad
el triste deambular por la extrañeza, el falso recuerdo
las banderas incrustadas, la musica y todas aquellas
conversaciones que habitaban en un lugar lejano
El discurso, la gran escapada en la soledad
escalando cada recuerdo en esa eternidad irremediable

Abrir la puerta, salir al mundo
morir en la imperdonabilidad de una familia
asesinada por la incomprensión, por ese gesto
atorado en la desidia, el el rencor, en la falsa promesa
vivir atrapados en esa maldición que apenas
si puede ser servida en una pequeña copa
morir sin esa despedida
sin esa cruz
sin esas largas caminatas
a la luz del mar

Abrir la puerta, salir al mundo
dejar nuestra alma apresada en la imposibilidad
de un regreso, de una convencionalidad
tan absurda como la palabra misericordiosa
quedar entre dos tiempos
dos rosas, un destino
la eterna voz de la muerte
rondando la ciudad.

martes, mayo 18

EL PUENTE

(MI "YO" Y OTRAS HISTORIAS)





Melanio Arguelles, acaso el más joven de los soldados cubanos que aportó Cruces a la guerra de 1895,fue en su juventud un aprendiz de todo y un maestro de nada. Durante la guerra fue el niño mimado del Coronel Jiménez del Puerto. Un distinguido joven de la conocida aristocracia del Louvre Habanera. Jiménez del Puerto y un pequeño grupo de amigos se lanzaron a un alzamiento en el Oriente a la temprana fecha del 18 de noviembre de 1893. Ellos confiaron en la palabra del General Maceo cuando visitó el café del Louvre en el distinguido Hotel Inglaterra.


Maceo, aunque no fue categórico en lo de la fecha, expresó el deseo de Gómez y Martí de iniciar la guerra a finales del 93. El joven Jiménez del Puerto se tomó muy en serio su tarea de organizar una partida. Con sus propios recursos compró pertrechos de guerra. Compró una hacienda en la región de Guantánamo, compraron ganado, caballos, botas, medicinas y poco a poco se fueron marchando en pequeños grupos hacia la hacienda para no levantar sospechas de las autoridades españolas.


El primer encuentro con los españoles ocurrió en el mes de diciembre del 93. Una veintena de jóvenes inexpertos emboscó a cerca de 60 dragones españoles, quienes al sentir los disparos, huyeron despavoridos abandonando numerosos avituallamientos y cerca de 12 cadáveres. Nada mal para un primer combate. Mucho más si los protagonistas lo único que sabían hacer era disparar, gracias a las prácticas en el Club de Leones. Algo habían aprendido haciéndose pasar por defensores de los poderes del Rey y haberse apuntado en el Batallón de Voluntarios del V distrito.


De regreso al campamento encontraron un niño de apenas 11 años que vagaba solo por el sendero de la montaña. Cuando le cuestionaron a Melanio sobre que hacía por aquellos parajes solo balbuceo la palabra insurrecto. Fue llevado con los jóvenes al campamento y durante toda la guerra fue el ayudante y protegido del Coronel Jiménez del Puerto.


Cuando termino la guerra ostentaba los grados de capitán a pesar de que ni siquiera sabía disparar una pistola. Durante dos años fue de los pocos privilegiados que cobraron un salario del depauperado tesoro nacional.


A mediados de 1900 fue nombrado, gracias a la gestión de su protector, jefe del puesto de la Guardia Rural del pueblo de Bauta, donde fue ascendido al grado de Teniente Coronel. Durante los siguientes cuatro años alcanzó cierta notoriedad en toda la zona por alejar a los opositores del Partido Liberal y a los guajiros que habitaban en tierras equivocadas. Cada expulsión o desalojo representaba una mejora de su fortuna privada. También aprendió a controlar todo el negocio de la prostitución de la zona.


Unas 10 casas y cerca de 150 prostitutas vivían en un barrio llamado “La Inmaculada Concepción” donde cada noche y en especial los fines de semana eran visitadas por cientos de jornaleros y hombres de los pueblos cercanos, porque, gracias a la nueva ley de la moralidad y la salubridad emitida desde la Habana, Melanio Arguelles se estaba llenando los bolsillos de mucha plata a ser el único que hizo de la vista gorda y permitió todo ese ilegal negocio en la zona bajo su mando.


En 1904 su protector ganó las elecciones como senador de la República y el recién estrenado Coronel Melanio Arguelles fue nombrado jefe de la seguridad del senado, cargo sugerido por el doctor Juan Ramón O'Farrill alcalde de la Habana en retribución por ciertas cajas repletas de votos que desaparecieron del almacén que había sido contratado para el conteo de las elecciones. Melanio Arguelles ya daba por olvidado el percance y pensaba que su buen amigo el doctor había olvidado su palabra de ayudarlo a él y a su protector. El doctor no era tonto, sabía que si colocaba a su salvador en este cargo tan importante como asediado, ya que por su inactividad y excelente retribución económica no había político de alto vuelo que no deseara ese cargo para sus hombres de confianza.


Melanio Arguelles en un comienzo no entendía el verdadero juego del poder. La importancia de su cargo pronto le sería revelada cuando 110 millones de pesos en efectivo fueron llevados al senado para de manera oculta ser repartidos a ciertos senadores del Partido Liberal en agradecimiento por haber aprobado un ambicioso plan de obras sociales con cargo al erario público. Melanio Arguelles y su protector, recibieron esplendidas tajadas de esta “untada de mantequilla” que, según recuerdan los que más saben, fue el robo más “descarado” al tesoro nacional.


La oposición, que por supuesto se enteró del fraude y de la “untada de mantequilla” pero poco pudieron hacer debido a que tres concejales y un legislador fueron asesinados a sangre fría por enmascarados en el café Delicias cuando desayunaban en la espera de que el Fiscal General arribara a su oficina. Convenientemente fueron despojados de las pruebas que tenían.

Una docena de amenazas perfectamente distribuidas por nuestro amigo el Coronel Melanio Arguelles garantizaron que los opositores abandonaran todo esfuerzo por hacer público este escándalo.


En 1908, cuando su protector perdió la reelección al cargo de senador, fue cesado de su cargo por el nuevo Alcalde de la Habana. No quiso abandonar Cuba, como su protector, y regreso a su natal Cruces, donde compró una pequeña hacienda ganadera que estaba en quiebra y que había pertenecido a Don Éufrates Quintana, quien recordaba como el amante de su mama, quien lo golpeaba con el cinturón hasta que el muy sádico veía brotar la sangre de su espalda.


Nadie supo decirle a ciencia cierta que rumbo había tomado Don Éufrates Quintana. Ni siquiera su esposa y sus tres hijos. Los rumores, ya saben, las mejores noticias de un pueblo, decían que Don Éufrates Quintana había partido rumbo a Santiago de Cuba detrás de una mulata despampanante que había sido la causa directa de la quiebra de la hacienda.


Melanio Arguelles, con la fortuna que logró amasar en sus años de “vacas gordas” compró un par de fincas cercanas a la suya, compró varios cientos de cabezas de ganado, tres casas en el pueblo, un almacén y varias carretas repartidoras de leche. Fue una especie de visión, un negocio que se abrió ante sus ojos de la nada. Junto a varios hombres de confianza y los contrató para que compraran toda la leche en las fincas de los alrededores de Cruces, la pagaba a buen precio, solo dos centavos más barata, que en la venta al menudeo y lejos de lo que todos creían era un negocio prospero para la venta de leche, el verdadero negocio era la fabricación de quesos, los cuales enviaba a la Habana a través del ferrocarril. Obteniendo desde el comienzo grandes beneficios. Poco a poco comenzó a abrirse otro negocio que también le reportaría grandes dividendos: el alcohol.


Melanio Arguelles, en sus años de jefe de la seguridad del senado, logro “amarrar” buenas conexiones. Una de ellas con Benigno del Toro quien era el encargado vitalicio de regir y fijar las exportaciones de alcohol hacia los Estados Unidos y el Caribe. Don Benigno poseía una autoridad indiscutible, toda aquella persona que se dedicaba al negocio del alcohol le rendía pleitesía, porque Don Benigno creía muy seriamente que había nacido Dios y que todos los que le rodeaban dependían de su humor, incluso el presidente de la república Don Tomás, le enviaba cestas que contenían, carnes finas y vinos de los más caros, solo para mantener feliz el voraz apetito de Benigno del Toro, quien mantenía las buenas exportaciones de quienes como Don Tomás, alimentaban su ego.


Una de las pocas personas a las que Don Benigno del Toro trataba con admiración y respeto era Melanio Arguelles, ya que mientras estaba en la Habana lo salvó de un asalto que le habían preparado cierto ladrón a la entrada del Senado. Lo que nunca supo Don Benigno fue que todo ese teatro fue montado para evitar que los precios del alcohol cayeran en la bolsa. Melanio Arguelles quien había sido un excelente alumno de su protector, entendió que esta “jugarreta” le traería buenos dividendos.


Melanio Arguelles comenzó a recibir algunos regalos de Don Benigno y en todo el tiempo que estuvo en la Habana era invitado de honor a las famosas cenas de Don Benigno. Cuando se fue, su amigo en agradecimiento le ofreció una espectacular fiesta donde varios músicos de los más reconocidos de la época estuvieron presentes, así como la casi totalidad de la alta sociedad.


Melanio Arguelles no perdió tiempo en llamar a su amigo Don Benigno cuando entendió que podía adueñarse del mercado del alcohol en los 7 ingenios que existían entre Cruces y Santa Isabel de las Lajas. Para lograrlo consiguió que su “amigo del alma” vetara a los 7 centrales y a los productores acusándolos de refinar alcohol de baja calidad. Los productores que, a sabiendas, nada podían hacer vieron la propuesta de Melanio Arguelles como una tabla de salvación y regresaron a él para venderles su producción. Melanio, quien dos meses atrás le había propuesto a los productores comprar el litro a seis centavos, se mostró inflexible y solo aceptó comprar todo aquel alcohol que fuera vendido a tres centavos. Al principio la mayoría de los productores se negaron y trataron de colocar su producción en otros lugares, pero al tener el veto de Don Benigno nadie quiso comprar ese “alcohol de fuego”. Al final todos terminaron llevando su producción a Melanio Arguelles.


La política estuvo fuera de Melanio Arguelles por varios años. Bien sabía que fuera de la protección de Jiménez del Puerto perdería el control y quien sabe que más. Extrañaba todo ese glamour del poder ya que su cargo como jefe de la seguridad del Congreso le daba ese sabor grandioso. A diario veía como los arrogantes senadores pasaban por su lado y se detenían a saludarlo, como si fuera el gran creador, ese poder le gustaba y lo extrañaba, por eso sintió felicidad cuando sentado en la bodega de Don Wilfredo vio aparecer a su protector en un bello y reluciente Ford.


Jiménez del Puerto, quien había estado fuera de Cuba por varios años había regresado a por el poder. Era el candidato elegido por el Partido Liberal para ocupar la silla presidencial y había regresado por su protegido, lo quería para ser el presidente del congreso. Jiménez del Puerto, quien estaba muy contento, se negó pero logro “negociar” la gubernatura de Las Villas, a lo cual Jiménez de Puerto aceptó de mala gana.


No es que Melanio Arguelles se negara a regresar a la Habana, sino que había conformado un pequeño imperio y no quería estar muy alejado de él.


Dentro de los preparativos que hizo Jiménez del Puerto para promover la campaña política de Melanio Arguelles fue la de conseguir un ascenso secreto del presidente, además de conseguir un periodista del Diario de la Marina para que siguiera la campaña a la gubernatura de Las Villas.


Al día siguiente de la llegada de su protector Melanio Arguelles apareció vestido de militar esgrimiendo una serie de medallas y los espectaculares galones de Mayor General y mandó a imprimir los primeros carteles de su campaña. Su protector estuvo varios días en Cruces y solo regreso a la Habana cuando llegó el cheque del Banco Nacional de Cuba con los tres millones de pesos que el Congreso ponía a disposición del Candidato a la gubernatura. Jiménez del Puerto tomo la mitad de ese dinero y le encomendó a su protegido que fuera muy cauteloso con la campaña pues el más mínimo error le podía costar la victoria.


Melanio Arguelles comenzó a visitar todos y cada uno de los pueblos y ciudades que pertenecían a su provincia. Conversó con todos, dejó dineros en billeteras que estaban a la venta, envió sus guardaespaldas a visitar a los opositores más populares, un par de amenazas por aquí, un apretón de cuello por allá, un poco de soborno, trapos sucios y por supuesto, el robo de boletas el mismo día de la elección le aseguraron la victoria. Dos días después era anunciada su victoria por el consejo electoral y se dio a la tarea de preparar la fiesta para dar a conocer su victoria.


Jiménez del Puerto llegó tres días después con el sabor de la derrota y no entendía como su protegido había logrado ganar. Cuando Melanio Arguelles le explico las verdaderas causas de su victoria, Jiménez entendió donde había estado su error y por qué había perdido las elecciones. Estaba triste, pero sabía que aunque su protegido sería el gobernador el sería el verdadero poder.


Rápidamente comenzaron a planificar que obras sociales construirían con el abultado presupuesto económico del gobierno villareño. Una de estas obras era un gran puente, el más grande que se hubiese construido en la Isla. El siguiente paso era encontrar el lugar ideal para anunciar su construcción, por supuesto tenía que ser un lugar desconocido, donde sus autoridades cooperaran en no denunciar su no construcción. Melanio Arguelles sugirió Cruces y su protector estuvo de acuerdo.


Un mes después Melanio Arguelles vestido con la banda multicolor que había recibido al asumir como gobernador de Las Villas anunciaba al Congreso de la República su intensión de comenzar a construir la obra monumental que había pactado con su protector. Lentamente comenzó a explicar como sería, las ventajas que tendría, el costo, como serían distribuidos los recursos, los empleos que generaría para Cruces esta construcción, la modernidad, no solo para el pueblo sino también para la provincia y el país. Estaba tan ensimismado en su discurso, se sentía Dios, a cada momento levantaba la vista de su discurso para regodearse de tener tantas miradas puestas en su persona, que al principio no prestó atención a una pregunta que a viva voz le hizo un senador. Fue la segunda repetición de la misma lo que hizo a Melanio Arguelles poner los pies en la tierra y detener su discurso.


Había escuchado perfectamente la pregunta en su segunda repetición pero había aprendido en sus años como jefe de seguridad del senado, que para mermar los efectos de una acusación o para ganar tiempo en preparar una respuesta a una pregunta sorpresa sin dejar entender la sorpresa, lo mejor era hacerse el sordo y volver a preguntar o pedir la repetición de la pregunta. Fue exactamente por eso que lentamente dirigió su mirada inquisitiva al senador y en un tono tan amable que había sorprendido a todos y en especial a él, le dijo: “puede usted tener la amabilidad de repetir su pregunta” El senador, se levanto de su curul y de manera más calmada le cuestionó el por qué construir un puente de esas dimensiones y envergadura en un lugar como Cruces, donde él, como hijo de esa tierra, sabía que no existía un río o lomas que ameritaran gastar el presupuesto en un puente.


Melanio Arguelles no recordaba al senador Vélez, nunca lo conoció en su niñez, tampoco cuando regresó siendo un adulto. No era el único político del pueblo que estaba en la Habana. Eso lo sabía, pero no sabía a ciencia cierta, por qué nadie le había dicho que existía un senador de Cruces. Lentamente comenzó a explicar el por qué Cruces necesitaba de un puente tan formidable y empezó justamente donde nadie lo esperaba: “…Necesitaremos de esta obra tan magnifica para poder llevar a cabo otra obra no tan monumental pero muy importante para Cruces. Me refiero a la construcción del río Cruces el cual será el único río de agua salada del país…”


No hubo un solo senador que abriese la boca, todos estaban perplejos. Los senadores del partido Liberal, que eran la mayoría recibieron unas pequeñas notas donde se había anotado cuidadosamente el monto de su pago por la aprobación de ambos proyectos. Luego de la conclusión de su discurso Melanio Arguelles se retiró hasta la curul de las siete sillas, donde todos los gobernadores tenían su lugar para asistir a las sesiones del congreso.


Solo 10 minutos demoró la aprobación de este gigantesco presupuesto. El senador Vélez y varios senadores de la oposición se levantaron indignados y abandonaron la sala del congreso. Melanio Arguelles se levanto feliz, había concluido la sesión y había obtenido una victoria inesperada: fue por dinero para un proyecto y obtuvo casi el doble de presupuesto. Era increíble, su protector se maravillaba de la inteligencia tan desconocida de Melanio Arguelles, hasta ese día no lo había juzgado por su verdadero valor. Era inteligente y Jiménez del Puerto apenas comenzaba a percatarse.


Pocos días después un grupo armado detuvo su auto en la entrada de la casa del senador Vélez en la Quinta Avenida justo en el instante en que el Senador y su familia salían a dar un paseo. Según la policía se habían disparado más de dos mil balas. El cuerpo del senador estaba destrozado. Solo de él habían extraído mas de 400 plomos. Mucha gente pensó en una venganza del Gobernador de Las Villas pero pronto aparecería una serie de historias donde el senador estaba involucrado en tráfico de oro y donde se decía que había denunciado un cargamento para luego quedárselo ya que jamás fue llevado a la estación de policía. Lo cierto o no de este asunto fue la venganza, un mensaje que quedó muy claro para todos los enemigos del gobernador.


El río salado fue una noticia que estuvo varios días en la primera plana de los diarios. En Cruces fue tomado con la frialdad acostumbrada, porque todos los que conocían a Melanio Arguelles sabían que este inusual proyecto no era otra cosa que un pretexto para robarse el presupuesto. Años después un periodista radial se atrevió a preguntarle a Melanio Arguelles sobre el río, ya que según dijo había visitado Cruces y no lo había visto. Melanio Arguelles, con su flemática postura le respondió al periodista que ahí estaba, que como se atrevía a decir semejante mentira si todos sabían que Cruces era principal exportador de pescado del centro del país. Dos días después apareció el cadáver del periodista, la causa de muerte fue por asfixia por inmersión en agua salada.



sábado, mayo 15

EL SUICIDIO

(MI "YO" Y OTRAS HISTORIAS")





Anacrio Amores era un tipo de esos que todos consideraban un suertudo. Hijo ilegitimo del General español Pertierra y una mestiza de piel clara que era hija del liberto Paul. El General, que estuvo varios meses acampado cerca de Mal Tiempo, visitaba Cruces con regularidad ya que el pueblo era el lugar más cercano que tenía para recibir los correos y avituallamientos desde Cienfuegos.


Mal Tiempo era un lugar lúgubre y de muy triste recordación para el general. Dos años antes había perdido cerca de 100 hombres de su batallón de cazadores y aunque había perdido la batalla frente al General Maceo había sido ascendido por su valentía. Antonio Maceo le permitió la salida del combate por su increíble acción de estar al frente de sus soldados, hecho que era muy raro en los altos oficiales españoles. Dos veces fue derribado por balas y las dos veces regreso al combate. Una tercera herida provocada por el filo de un machete, terminó por derribarlo y uno de sus tenientes al ver la masacre que se avecinaba ordenó la retirada, quedando en el campo otro batallón que termino por rendirse ante las huestes de Maceo.


El General fue llevado a Cruces y enviado por tren hasta Cienfuegos donde fue curado en el hospital del Carmen. Dos meses después y portando los galones de general regresó a su batallón y fue destinado a cubrir los restos de la trocha de Mal Tiempo.


En uno de sus viajes semanales hubo de parar en un semi-deshecho bohío, el cual parecía abandonado, para darle agua a su caballo, quien, debido al calor tan intenso estaba jadeante. Llegó hasta la puerta y dio los buenos días recibiendo una respuesta masculina con tanto desgano que el general pensó que el dueño de la voz se estaba muriendo. Muy pronto apareció un mulato tan flaco que el general se asustó, ya que solo recordaba haber visto algunos casos así en la reconcentración del 95. El general, mostrando una sonrisa amable, le pidió agua para los caballos y los hombres que le acompañaban. El mulato asintió de buena gana y el general, quien se encontraba sorprendido por la delgadez del mulato, envió a dos de sus hombres al cuartel de Cruces y media hora después ambos soldados regresaban con una pequeña carreta con avituallamiento.


El general ordenó descargar los víveres en la vivienda del mulato y le pidió que si la hija de este podía encargarse de preparar comida para todos. El mulato, quien había empezado a disfrutar de unos tragos de ron que el General le ofrecía “generosamente” otorgó feliz el permiso para que su hija preparara el rancho.


La gente del pueblo no comprendía de dónde sacaba el mulato dinero para comprar en la tienda del pueblo. Por lo general muchos de los campesinos de la zona intercambiaban con Don Solórzano primero y después con Don Wilfredo el producto de su siembra por otros. Solo la gente del pueblo y algunos terratenientes de la zona pagaban con monedas o papel emitido por el Banco Español de la Habana. El mulato llegaba al mediodía de cada martes, comenzaba a beber, lenta y desganadamente. Al atardecer, todo era bullicio, fiesta y canciones mal entonadas por el evidente estado etílico del mulato. El más feliz de todo era Don Solórzano, quien cada martes tomaba los 60 pesos plata que llevaba en los bolsillos el mulato para cubrir las pérdidas que, por supuesto, no pasaban de 20 o 25 pesos plata. Al anochecer Don Solórzano enviaba al mulato con Luis el arriero quien por una libra de café y media de azúcar lo dejaba acostado en su desvencijada hamaca en el patio trasero de su bohío.


Durante el año y medio que estuvo el General destinado en la zona las visitas se repitieron cada martes. El último martes el General, quien regresaba a la Habana le prometió a su amada mestiza que regresaría no bien terminada la guerra para casarse con ella y criar al niño que ya venía en camino.


Rosa, que así se llamaba la mestiza nunca creyó las palabras del general, sabía perfectamente que una vez éste abandonara la zona ella quedaría en total abandono por eso le regaló una sonrisa coqueta al general y se entregó a lo que ella llamaba las tardes de miel y canela.


La infancia de Anacrio Amores fue tranquila, lejos de los comentarios incisivos de las “viudas de la guerra” y de las malas influencias de los huérfanos de la Casa del Carmen. Niños huérfanos que debido al bajo presupuesto y al poco control de las hermanas, quienes además de la Casa del Carmen, atendían el hospitalito y un asilo de heridos que, en los últimos días de la guerra no se sabía quien controlaba la ciudad, ya que mambises, españoles y norteamericanos caminaban por las calles del pueblo bajo la atenta mirada de todas las jóvenes y viudas casaderas del pueblo. Después de la guerra el asilo pasó a cuidar enfermos de tuberculosis y de lepra y fue cambiado para las afueras del pueblo, en un terreno abandonado al lado del cementerio. Las hermanitas siguieron atendiendo el asilo con la ayuda de un especialista que viajaba desde Cienfuegos cada sábado y revisaba a todos los pacientes.


Cuando tenía 11 años Anacrio Amores recibió la visita de una tía proveniente de la Habana quien tenía el encargo de su padre de llevarlo a la Habana y encargarse de su educación. El General quien había muerto de paludismo en el viaje de regreso a España había dejado una mediana fortuna que estuvo jurídicamente empapelada y su hermana, una cincuentona que nunca tuvo la gracia de tener quince años y había quedado solterona, fue quien logro después de algunos años recuperar la casi totalidad de la misma.


El viaje hacia la Habana fue a bordo de una goleta llamada “El Diamante Azul” que partió rumbo a la Habana desde el muelle de Pasacaballos en Cienfuegos. Como la goleta era bastante pequeña y la señorita Pertierra era la única dama a bordo recibió el único camarote. Cuatro largos días duró la travesía los cuales fueron un increíble festín para Anacrio quien lo único que conocía eran animales, tierra y caña.


Durante quince largos años Anacrio Amores recibió una educación esmerada, convirtiéndose en un contador. Comenzó a trabajar con el joven Evelio, compañero suyo en la Universidad, ayudando al tío de Evelio quien era un próspero corredor de la bolsa. Muy pronto Anacrio Amores comenzó a dominar el mercado de valores y logró amasar una pequeña fortuna personal. Se enamoró de la hermana de su amigo Evelio. Dos años de novios y una boda bastante sonada en la Habana fueron el resultado de su enamoramiento que, algún tiempo después sería su arrepentimiento.


Rápidamente se acostumbró al juego de tener una esposa en casa y varias amantes en la calle. Como su esposa solo se dedicaba a Dios y a dirigir los quehaceres de su casa, Anacrio Amores dedicaba toda la mañana a las transacciones financieras de la bolsa y en la tarde, en compañía de su amigo y cuñado viajaban en calandrias hasta el barrio de Atarés donde una serie de prostíbulos habían abierto las puertas de manera clandestina. Solo los sábados, que visitaban a los suegros, y los domingos que gozaba de la tranquilidad de su casona enclavada en las alturas del Cerro, Anacrio Amores se alejaba del bullicio capitalino.


La muerte de don Evelio, su suegro, fue lo que Anacrio Amores consideró como una verdadera catástrofe, ya que Don Evelio, dueño del central San Agustín y de varias haciendas lo dejó a él y a su esposa como herederos de estas posesiones y lo obligo a fijar su residencia en el pueblo de Cruces, de donde hacía varios años había sido sacado por su tía.


Anacrio Amores no podía creer su mala suerte ya que no era lo mismo su residencia a la casa de su suegro. Además, adonde rayos iba a ir en las tardes cuando terminara de inspeccionar sus propiedades. Con mucha resignación se despidió de la capital con un festín que duró dos días en la casa de Madame Rose donde la borrachera fue de leyenda.


Antes de abandonar la ciudad encargó a su cuñado de todos sus negocios de la bolsa y le dio una buena parte de la fortuna que había heredado de su suegro para que fuera invertido en jugosas acciones que representaban grandes dividendos para los dos.


Su llegada a Cruces fue en silencio, no sentía miedo de ser reconocido como el hijo de una mestiza, gracias a Dios, como decía su mama era una mulata clara y el había sacado el color de la piel de su padre. De su familia solo quedaba vivo su abuelo y él sabía como mantenerle la boca cerrada.


Aunque le costó mucho trabajo adaptarse a la vida apacible de Cruces, logro acostumbrarse a la pasividad, a las conversaciones con Don Wilfredo a quien enseño a jugar en la bolsa, aunque como todos ya conocemos la tacañería del gallego, por lo que nunca logro que invirtiera un solo duro en la misma, pero Anacrio Amores no le importaba mucho encontrar inversionistas. Cada mañana llegaba temprano a la bodega de Don Wilfredo quien le servía un café recién colado, encendía un Partagás numero dos, su favorito y buscaba en el Diario de la Marina del día anterior los resultados de la bolsa y luego de analizar todo el mercado y leer las noticias económicas se dirigía hacia el Prado de Cienfuegos donde llegaba a la estación de ferrocarril y enviaba, a través del telégrafo los movimientos para su cuñado, de esta manera continuó Anacrio Amores ganando y perdiendo dinero en la Bolsa de la Habana.


Don Wilfredo recordaba con tristeza el jueves 24 de octubre de 1929, ese día Anacrio Amores golpeó con fuerza la barra de la bodega, había perdido mucho dinero ya que días antes había especulado en comprar acciones del Acero norteamericano ya que eran de las pocas acciones que se mantenían fuertes. Tomó el auricular del teléfono de don Wilfredo y estuvo conversando largamente con su cuñado. Al final del día su cuñado lo había llamado a su casa y le había dado la buena noticia de que las perdidas habían sido menores, que habían recuperado casi todo lo invertido. Anacrio Amores le dio órdenes a su cuñado para que tomara todo su capital y lo invirtiera en Oro al día siguiente. Él sabía que el costo de las acciones subiría y que adquirirlas sería un verdadero despilfarro, pero que al pasar de los días continuarían en ascenso y con este rejuego lograría incrementar hasta un 15 porciento sus ganancias.


El viernes 25 de octubre Anacrio Amores se lo pasó nervioso pero más confiado que el día anterior. La llamada de su cuñado al finalizar la tarde le dio la razón, habían pagado caro las acciones pero aún así siguió a la alza durante todo el día, con lo que se convirtió en la única acción que lo hizo durante esa jornada. Esa noche Anacrio Amores, en una nueva llamada a su cuñado le dio permiso para que a primera hora del lunes utilizara todo el capital que quedaba para comprar acciones de Oro, ya que según sus cálculos, todo el mercado se desplomaría con excepción del oro y los diamantes.


Anacrio Amores tuvo razón en una sola cosa: todo el maldito mercado de valores se desplomó el lunes en la tarde, pero lo que no pudo creer, ni entender era como las acciones de oro cayeron tan estrepitosamente que costaban lo mismo que las del azúcar de dos semanas atrás. Literalmente había perdido todo su dinero y el de su familia. Había comenzado el gran crack del 29 y ese lunes negro fue seguido por el martes 29 que fue todavía peor.


Anacrio Amores no tuvo valor para enfrentar a su esposa, tampoco lo tuvo para hablar con nadie ese martes negro y pasó todo el día encerrado en su despacho esperando la llamada de su cuñado quien le dio las malas noticias de que las acciones del oro habían caído 7 centavos más y que las había logrado vender a un tonto judío que no sabía nada de la bolsa. Anacrio Amores que nunca había ofendido a su cuñado lo hizo con los improperios más terribles ya que, como el bien sabía, las acciones de oro bajan y suben pero no se pierden como otras que si no mantienen su precio inicial son cambiadas del mercado de valores. Anacrio Amores sintió todo el peso de su perdida, colgó el teléfono y diez minutos después se escuchó un disparo.


Su esposa entro al despacho y encontró a Anacrio Amores tirado en el piso con la cabeza ensangrentada. En sus manos le explicaba a su esposa las causas de su muerte y le pedía perdón por los errores que había cometido.


Yo recuerdo esta historia escuchada en la voz de mi padre, quien con orgullo por el pueblo que lo había adoptado, la repetía como símbolo de la riqueza del mismo, ya que, quién iba a pensar que en este lejano paraje alguien se iba a quitar la vida por algo tan importante como lo fue el gran crack del 29.



LA ESTAFA

(MI "YO" Y OTRAS HISTORIAS)





Don Wilfredo Robledo fue el antiguo dueño de la bodega que tenía mi papa en el centro del pueblo. Su llegada a Cruces se remonta a finales del siglo XIX cuando su destacamento fue abandonado por el Coronel Luaces y fue apresado por el recién estrenado teniente Roberto Lugones. Todo hacia suponer que el teniente fusilaría a Don Wilfredo ya que un capitán de aspecto feroz había ordenado pasar por las armas a todos los oficiales que capturaran. Don Wilfredo pidió hablar a solas con el teniente Lugones y éste, luego de pasar todo el día sin aparecer por el calabozo, regresó en la noche y abriendo la puerta de la celda le pidió a Don Wilfredo que saliera. Una vez fuera fue conducido por el teniente y dos soldados a las caballerizas donde fue interpelado por el teniente acerca de cuál era la prisa de Don Wilfredo para hablar con él.


Don Wilfredo se tomó todo el tiempo del mundo para hablar directamente con el teniente, pero antes de hacerlo le pidió encarecidamente que quedaran solos, debido a la importancia del asunto. El teniente, de mala gana, terminó por aceptar y le pidió a la pareja de soldados que se alejaran un poco, pero que estuvieran atentos por si el gallego intentaba escapar. Una vez que estuvieron solos Don Wilfredo comenzó a relatarle al teniente acerca de un cargamento pequeño de monedas de oro y joyas que había sido capturado por él y por sus hombres a un grupo de insurrectos. Este tesoro que había sido interceptado por la avanzada del Mayor General Calixto García fue enviado por el mismo general al estado mayor de Máximo Gómez para que éste, como jefe principal del ejército libertador, destinara los recursos capturados al enemigo en la guerra.


El origen del cargamento tuvo lugar en la villa de San Cristóbal de la Habana y fue reunido por un grupo de damas distinguidas, esposas e hijas de altos oficiales que se encontraban en los campos luchando por mantener el poder del Rey en la Isla. A pesar de que muchas familias presentían el final del imperio cooperaron con esta noble causa, ya que muchos de sus familiares se encontraban en las filas del ejército. Al final este pequeño grupo de damas logró reunir una verdadera fortuna en monedas de oro, monedas de plata, joyas, collares y una envidiable cantidad de papel moneda en oro y plata, emitidos por el Banco Español, la cual fue entregada personalmente al recién estrenado Capitán General Adolfo Jiménez Castellanos y Tapia quien, por supuesto elogió y agradeció a las damas este noble esfuerzo y se comprometió con ellas a llevar los recursos para destinarlos al mejoramiento de la calidad de vida de los soldados españoles.


Lo que nadie ha podido comprender es por qué este importante cargamento era trasladado por una pequeña tropa que intentaban esconder el botín entre varios cadáveres que supuestamente serían trasladados al puerto de Matanzas, para su traslado a España. Esta absurda excusa levantó las sospechas del joven teniente quien dio órdenes de revisar los ataúdes y para su sorpresa descubrió todo el tesoro, llevándolo, por supuesto hasta la casa de campaña del Mayor General Calixto García, quien ordeno al propio teniente que se encargara de trasladar el cargamento hasta el campamento de Máximo Gómez en las Villas, siendo recapturado por una escuadra que era dirigida por Don Wilfredo.


Don Wilfredo no tenía en su interior muchas esperanzas acerca de que este oficialillo lo tomara muy en serio, pero como era su costumbre, nunca dejaba nada para después y ésta, aunque remota, era una posibilidad para salvar su vida ya que, según el oficial que había visitado los calabozos en la mañana, todos los oficiales debían ser pasados por las armas y él no quería morir. Es por ello que su sorpresa fue inmensa cuando el teniente le pregunto si él tenía todo el cargamento escondido, a lo que Don Wilfredo contestó con un no rotundo, él solo tenía una pequeña parte de las monedas y algunas joyas que había logrado hurtar antes de entregar el cargamento a sus jefes y que era esta pequeña fortuna la que estaba dispuesto a cambiar por su vida.


El teniente aceptó y mandó a llamar a los dos soldados a quienes les ordenó conseguir cuatro caballos y víveres para tres días. Don Wilfredo no podía creer que su suerte empezaba a llegar y a pesar de que no estaba seguro que le respetaran la vida después de entregar las monedas y las joyas, comenzaba a respirar de manera diferente y eso siempre le daba confianza.


Por dos días cabalgaron hasta un paraje conocido como el Rincón del Muerto en el sur de Las Villas, donde Don Wilfredo dio la señal para detenerse y ayudado por los dos soldados excavaron una tumba abandonada en el monte que estaba marcada por una cruz de madera, cubierta por cintas de cuero sin curtir. Excavaron más de cuatro metros de profundidad junto a la cruz hasta que Don Wilfredo dio la orden para que se detuvieran, con sus manos termino de retirar los restos de la tierra que cubrían la pequeña caja y la tomó en sus manos dándosela al teniente quien no daba crédito a su buena fortuna.


Media hora después Don Wilfredo cabalgaba solo rumbo a un pequeño pueblo que había conocido el verano anterior donde se había encontrado con un paisano de su pueblo. Cabalgaba feliz, porque lo que nunca pensó el teniente era que él solo le había dado una pequeña parte de la fortuna que había hurtado del cargamento original. Cada vez que recordaba la cara de lástima y agradecimiento del teniente cuando puso unas monedas de oro en sus manos para que, según dijo: “iniciara una nueva vida”. Pendejo, si lo viera ahora con dos sacos llenos de monedas, joyas y billetes de seguro que lo mataría.


El teniente se alejó con los dos guardias dejando a Don Wilfredo con una cara de tristeza que jamás había visto. Tanta fue su pena que le dejó unas pocas monedas, algo de comida y el caballo. El teniente sabía que iba a recibir un buen regaño por la perdida del prisionero y el caballo, pero bien valía la pena pues el futuro de su hermano y él ya estaba resuelto.


El teniente no quería creerle a su hermano cuando le señalo a Don Wilfredo y le hizo la historia de que fue el gallego el jefe de la partida de españoles que había reconquistado el “tesoro de los muertos” y que el sospechaba que el gaito se había “guardado” algo. Así fue como se le ocurrió la idea de llegar a la celda y decir que los oficiales iban a ser pasados por las armas y no se equivocó, el gallego tenía un guardadito.


Don Wilfredo llegó a cruces un día y medio después que fuera liberado por el teniente. Su ropa eran lastimeras, todo su cuerpo estaba lleno de hollín, tal parecía un pobre carbonero que llevaba un par de sacos de carbón a vender al pueblo. Apenas llegó al pueblo fue directamente hasta la bodega de su paisano quien se asombró de verlo en ese estado tan lastimero. Luego de beber una cerveza y comer un trozo de queso le recordó a su paisano el trato que habían hecho el verano anterior acerca de la venta de la bodega.


El paisano al escuchar a Don Wilfredo hablar de la venta de la bodega no pudo menos que soltar una carcajada y preguntarle entre los ahogos provocados por la risa con qué pensaba pagar, ya que habían quedado en la cantidad de dos mil pesos oro. Don Wilfredo termino de masticar el ultimo pedazo de queso y con nerviosismo introdujo su mano en la camisa y saco una forja mediana de cuero. Comenzó a contar los billetes ante la mirada de asombro de su paisano.


Esa misma tarde Don Wilfredo tomo un baño dentro de una tina de madera en el baño de su nueva casa ubicada en la parte trasera de la bodega. Había hecho el mejor negocio de su vida, a pesar de que la bodega estaba en un pueblo prácticamente arruinado por la guerra. Don Wilfredo pagó las deudas de la bodega y visitó uno por uno a todos sus marchantes que le debían plata, conversó con ellos, analizó quien podía pagar poco a poco y quien no y así supo a quien se le podía fiar y a quien no.


Don Wilfredo no tuvo competencia hasta el mes de febrero de 1911 cuando un emprendedor mulato compró una casona en ruinas del otro lado del parque y abrió una bodega. Para aprovecharse de la clientela del gallego, el mulato regalaba un trago de ron a quien le comprara su mercancía. El próspero negocio del mulato tan solo duró quince días. Nadie supo por qué de buenas a primera el mulato compró un boleto para Cienfuegos en el tren de la tarde y desapareció sin reclamar siquiera la mercancía que estaba en su bodega. Bueno para ser exactos si había dos personas que conocían la verdad: Don Wilfredo y Vargas, un teniente de la recién creada Guardia Rural que fungía como jefe del puesto. Ambos habían amenazado de muerte al mulato y lo obligaron a marcharse con lo que tenía puesto. Por supuesto que Vargas y Don Wilfredo se repartieron las ganancias de la mercancía que tuvo que abandonar el mulato.


Aunque Don Wilfredo nunca se casó y no se le conocían amores ni flirteos con las numerosas damas conocidas como las “viudas de la guerra” si tenía una amante en el cercano pueblo de Camarones, una mulata que casi nunca visitaba la bodega y con la que se rumoraba que tenia dos niños. Cada semana Don Wilfredo enviaba a mi padre, que era su ayudante, a llevarle una factura de comida y dinero. Dos o tres veces por semana Don Wilfredo visitaba a la mulata a donde llegaba en horas de la noche y regresaba al amanecer.


Don Wilfredo era un tipo afable, medio tacaño aunque no como mi padre, yo no lo conocí personalmente, pero mi padre no se cansaba de hablar de él, para todo lo ponía de ejemplo, incluso aquella vez que un tipo llegó a la bodega y pidió un doble de Bacardí y al pagar lo hizo con un billete nuevo de 20 pesos. Mi padre estuvo un buen rato mirando el billete, buscando alguna pista que le confirmara su duda de que el billete era falso, pero no, todo estaba bien y le dio el cambio al señor quien le dijo: “el billete es falso, yo los hago personalmente” y le devolvió el cambio a mi papa. Mi papa tomó el billete e intentó devolverlo pero el señor le dijo: “se lo regalo si usted me regala el trago”. Mi padre aceptó de buena gana y el señor se marchó.


Mi padre me dejó a cargo y fue caminando hasta el banco donde sin ningún problema cambió el billete por cuatro billetes de cinco pesos. A su regreso me extendió un billete de cinco pesos como regalo y comenzó a reírse a carcajadas ante mi total asombro ya que no entendía absolutamente nada. Fue hasta la noche cuando estaba toda la familia sentada en la sala que mi padre le comentó a mi tío si el recordaba al verdugo. Mi tío estuvo unos segundos meditando y le respondió preguntándole si no era el mulato que había estafado a Don Wilfredo y mi padre soltando una despampanante carcajada le respondió que sí. Yo, que todavía seguí sin entender nada, le pregunte a mi padre acerca de esa estafa y fue entonces que mi padre me contó la siguiente historia.


Cuenta mi padre que Don Wilfredo estaba leyendo el periódico una tarde cuando entró un mulato que era muy conocido en el pueblo, le llamaban el Verdugo porque según mi padre, él se encargaba de matar las reses en el matadero que estaba en el central Andreíta. El Verdugo se sentó en lo último de la barra y le pidió a mi padre un doble de Arrechabala, mi padre se lo sirvió y el Verdugo lo bebió de un tirón y se paró preguntándole a mi padre sobre cuanto le debía. Mi padre diligente le respondió que catorce centavos y este señor le extendió un billete de 20 pesos nuevecito. Mi padre fue hasta donde estaba sentado Don Wilfredo y este examinó el billete por todos lados y aunque no encontró nada, le pidió permiso al mulato para que mi padre fuera al banco a cambiarlo ya que no tenía cambio que darle. El verdugo asintió con mala cara a lo que Don Wilfredo respondió con una invitación a un trago por la casa. El mulato sonrío y acepto de buena gana.


Diez minutos después regreso mi padre con el cambio y el mulato se fue con una sonrisa. Al día siguiente regreso el Verdugo, pidió un trago, lo bebió de un tirón y extendió otro billete de 20 nuevecito. Mi padre nuevamente fue al banco y allí se lo cambiaron sin ponerle ningún reparo. Varios días estuvo el Verdugo asistiendo a la bodega y pagando cada vez con un billete nuevo de 20 pesos hasta que un día Don Wilfredo lo llamo aparte y estuvieron conversando largo y tendido mientras que una botella de coñac desaparecía entre los acordes de esa conversación misteriosa.


Don Wilfredo no le contó a mi padre nada hasta pasados unos días cuando se acercó a él y le dijo con cara de tristeza que lo habían timado. Mi padre, que estaba ajeno al asunto, le pregunto por qué él decía eso y fue cuando Don Wilfredo le contó que ese día que tuvo la conversación con el mulato este le había confesado que él era quien fabricaba los billetes pero que no podía hacer muchos ya que necesitaba dinero para comprar los materiales y una imprenta, que solo así podía fabricar todos los billetes que él quisiera. Don Wilfredo le preguntó si podía fabricar millones de billetes y el mulato le respondió que sí, que un solo billete de 20 le costaba 2 pesos fabricarlo pero que si encontraba alguien que se uniera a él y comprara las cosas necesarias el se conformaba con el treinta porciento.


Don Wilfredo sacó cuentas invertiría unos pocos miles de pesos en materiales y ganaría millones, ya que como él mismo comprobó los billetes eran aceptados por el banco. No lo pensó mucho y le entregó dos mil pesos al mulato quien prometió comenzar a traer los materiales en la noche. Tal como lo había prometido, el Verdugo llegó en la noche a la parte trasera de la bodega y descargó de una carreta varias cajas que Don Wilfredo acomodó en el fondo del traspatio.


Don Wilfredo le entregó otros tres mil pesos al mulato para la compra de la imprenta y la renta de un local en las afueras del pueblo. No hay que decir que fue la última vez que lo vio. Días después entendió que le habían cometido una estafa y enterró el asunto para siempre.


Ahora entendía la risa de mi padre y el por qué me había regalado el billete de cinco pesos ya que, según él, el dueño de ese billete regresaría al día siguiente con la misma estratagema y no se equivoco, por varios días mi padre le siguió el juego al hombre quien no se percataba que le dejaba billetes de 20 a mi padre para estafarlo y era él quien estaba perdiendo. Varios días después el hombre desapareció cuando se percató que no podía estafar a mi padre.


Aunque mi padre fue muy agradecido de Don Wilfredo ya que él fue su heredero, nunca dejó de contar esta anécdota y reírse a carcajadas ya que comprendía que si hubiese sido él el primero también hubiese caído en la trampa que, dicho sea de paso, fue una estafa muy utilizada a principios del siglo en los campos de Cuba.



 

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