Yo solo quiero caminar, ver la ciudad desde tus ojos, abrir cada puerta y saludar a los vecinos, qué importa que no los conozca, para qué, tan solo el abrazo desde un buenos días será la señal para apagar todas las luces, para evitar ese temido despertar en la cama equivocada, saborear tu café en un simple vaso y no en tu taza de jeroglíficos aztecas.
No sé, tal vez debería tomar un golpe de suerte y borrar el lado oeste de la ciudad, construir un muro para protegerme de los vientos, esos vientos malcriados que se empeñan en traerme el olor de tu cuerpo, que se empeñan en tomar mi mano y dibujar tu nombre en la pared más cercana, que se empeñan en obligarme a encender aquella fogata donde reclamo por tu regreso. No, no soy yo ese caballero de luz desterrado en el olvido, aún puedo tomar la rosa del jardín cercano, verte desde aquella última nostalgia y sentarme en ese banco del parque a esperar tu regreso, a esperar que tomes el destino y lo abras por la parte donde estamos en un abrazo, donde estamos desde la eternidad regresando al comienzo.
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