sábado, diciembre 5

DEL INVIERNO Y OTRAS MEDITACIONES





Nada como ese camino, ese largo sendero que debo tomar para llegar a la siguiente conversación, para comprender la posible unidad entre dos señales, un camino que se une y se separa, dos mitades, esa sensación de comenzar una caminata sin escribir la bitacora, no necesitas que nadie esté atento a tus movimientos, a tu cansancio, o quieres escribir, comenzaras con ese día uno que se derretira en tus deseos, con ese día segundo donde comenzarás a soñar con ese olor a café que ya no tendrás, la nostalgia será el condimento del día tercero y para el cuarto ya estarás gritando esa desgarradoras palabras y escaparás de regreso a tu mundo, cerrarás la puerta.
No sé como prefieres el viaje, no puedo ver tu rostro en esa distancia tan cercana, no puedo conocer que se esconde en tu sonrisa, en tu sublime discurso gritado en la soledad, en esa gaveta que has dejado entreabierta, que deja escapar tu ultimo gesto contrariado, no se por que te detienes justo ahí, los quieres borrar, no quieres que la fotografía capte el justo instante donde emites una señal de deseo y frunces el ceño por la negativa recibida desde el silencio y es que no debes añorar tu propia voluntad, no puedes más que hablar con tu yo y quedarte tranquila, para que pedir cuentas, o encender velas si la luz no es la misma, necesitas encender una luz en cada esquina para observar como se derrite tu soledad, para saber como es que se escribe tu nombre en el idioma que menos deseas y es que cualquier fragmento de música que intentes colocar sobre el marco de esa ventana será un fracaso, no necesitas un violin, una guitarra, necesitarás ese viejo gramófono para entender que al cerrar los ojos y abrir tu alma no debes encenderlo con tus manos, él solo se encenderá justo en medio del silencio y pondrá en la ventana la melodía que necesitas escuchar, sentirás ese viejo campanario, el sol volverá a penetrar o no, quien sabe, el invierno apenas acaba de comenzar, la suavidad de su viento aun es tan adorable como el roce de la rosa en tu rostro.
Nada como ese camino, ese viejo aniversario, esa voz que se filtra en el amanecer desde tu recuerdo, las caricias, el sexto sentido que abre el porton al deseo, la curva que desciende, el viejo adagio, esa vocación que se incrusto en tu monotonía y que, poco a poco, va lacerando las paredes de metal que le impiden llegar a su destino, la vieja entrada, los árboles, la entrada oculta bajo el suelo que nos lleva hasta la capilla de la iglesia, aquellos crucifijos de madera tallada que fueron abandonados en la estampida, las bancas que ya no están, aquellas copas de metal oxidada que recuerdan su explendor con pequeñas manchas de oro en sus paredes, y ahi estás, nada como ese camino para sobrevivir y encender el fuego, para tener esa pasión por el invierno detrás del cristal, mientras la chimenea de cartón arde desde su incomprensible desatino, porque las maderas atadas al destino irregular de libros, copas, trozos de pared y maderas de diversos años no pueden combinar toda esa montaña de caprichos, esa compilación de detalles y debes dormir, debes aprovechar el suave calor de la hoguera, debes tener fuerzas para regresar al mundo, para salir a la calle y ser tu sin tu verdadero rostro.

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