domingo, septiembre 20

ESTADO PROPIO (I)




Yo quería romper en fragmentos la noche que agonizaba sobre mis recuerdos. El paso lento de las palabras que se mostraban desnudas desde esa respiración entrecortada, desde esa respiración que sufre la ausencia de la tarde, que no se acostumbran a su paso desproporcionado dentro del transitar de las horas y donde terminan de disfrutar y pasan a protestar por su regreso. Es esa respiración que muestra su inocencia en esa palabra incoherente que nace desde la ausencia del espejo, porque teme ver su propia imagen ausente, esa imagen doble sin sentido que absorbe el humo del tabaco, que descubre esos instintos y esa conocida música lejana que nos atrae desde el sabor y que censura, que descubre y olvida, que rompe en la esquina de la ciudad aquellas huellas donde amanece la sonrisa. No sabe, no quiere comprender el destino, la vieja sintonía de los radios, ese sonido paralelo que se confunde con la maravillosa polifonía de las flores y su alma de miel, su estrecha vestimenta y los fragmentos de la noche que regresan a cohesionarse frente a mi ruptura.

Yo quiero reencontrarme con mi espacio, con ese pasado que me llega desde el eco de un recuerdo, oxidado y triste, molesto desde aquella madrugada donde abandonar la ciudad fue el pretexto para escapar de mis captores, para decidir sobre cual pétalo escribir mi próximo poema y no sé cuál sea el destino de ese tabaco encendido desde la garganta de la noche, el mismo que nos persiguió durante dos horas en la lejanía mientras recordábamos cual era el futuro que desconocíamos, la era espaciosa donde caminar ya no era ese acto de retornar el rostro en busca de sombras y persecuciones, en busca de esa imposición que llama al odio de las acciones, de la desesperanza que nunca tiene rostro de milagro, las pasiones y esa bendición automática que regresa desde el otoño inexistente.
Yo quiero caminar por esas calles donde vi tu rostro aquella tarde de abril donde no había más nubes que tus gestos, donde lo más sencillo del paisaje se escondía detrás de tu belleza, donde tus ojos eran ese tatuaje que se impregno de mis visiones y recoger esa simple hoja que no recuerdo en el paisaje, que no recuerdo haber pisado por ese olvido con olor a tu sonrisa y retornar contigo a este presente y besarte, hacer posible aquellas cosas que jamás florecieron por las imposiciones de un destino y me lamento, dejo a un lado ese desprecio por lo inevitable y te abrazo, te doy una caricia y la tarde comienza a respirar después de ese lamentable suceso donde la mañana fue convertida en cicatriz eterna del tiempo.



Yo soy ese paisaje rebelde, ese arpegio que nace desde la guitarra olvidada y que siempre habito en la soledad de un destino, el mismo destino que me ha acompañado en cada una de mis vidas, en cada una de mis muertes, unas veces con esa sonrisa enmarañada con sabor a nostalgia, otras veces con ese semblante enmascarado para evitar las penas, para evitar que el rencor se apodere del equilibrio, de ese juego de ataúdes donde un futuro es lo más parecido al pasado de un pensamiento y esa nostalgia que se repite, que serpentea entre los asientos de esa carcajada de la tarde y no sé por qué si ya la tarde naufragó en las costas de la madrugada y a lo lejos los tambores anuncian la llegada del amanecer. No sé tendré que invitar a cada una de mis muertes a regresar y dibujar un centímetro de paisaje en esta representación de mis deseos.

Yo quiero sentarme en mi destino, tomar todos esos fragmentos de la noche y armar una isla con deseos e insularidad, con esos amaneceres desde las palmas y los cocoteros, con ese mar azul lleno de voces que reclaman la pérdida del silencio, con esa espuma que revolotea desde la eterna primavera, con esos tambores llamando a los muertos y saludando a los Orishas, con ese vespertino sabor a café negro, con el humo a tabaco, con esa pasión de tener un futuro real. Yo quiero levantarme y lograr que todos los fragmentos me regresen el futuro de mi pasado, las voces que siempre me reclaman ese retorno que por ahora es una calcomanía incrustada en el cuerpo de mi nostalgia.
Yo quiero tenerte en mis deseos como ese fragmento de cristal que tantas veces he dibujado en cada pared que me recuerda tu rostro y no es difícil imaginarte desnuda en cada esquina de mi memoria, con esa sonrisa que se estruja solo de conocer mis besos, solo de sentir todo ese deseo que nace desde mis añoranzas, desde mi retorno hasta tu sombra, la misma que corroe la fragilidad, la que se pierde y retorna desde un deseo escrito sobre la arena aquella noche donde comenzó el viaje sin retorno, donde escapar de tu cuerpo fue el desafío no deseado, donde comprendí que cada centímetro de tu piel tiene un sabor diferente, una especie de metamorfosis que nos acerca a la eternidad y nos devuelve en cada gemido que ya no crecen por la distancia.






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