lunes, septiembre 21

ESTADO PROPIO (II)







Yo quiero ese minuto de silencio para adornar con mi pecho todo ese rencor que surge de las malas interpretaciones. No podemos correr, evaporar el tiempo y echar a rodar toda esa recopilación de sensaciones encontradas y después escondernos. Dejar pasar aquellos autos con sonidos altisonantes, componer sobre el humo y las mecedoras esa compilación de historias sin sentidos que nos convierten en mártires insoportables, en aquellas sombras trepadoras que recorren el camino desde la inocencia hasta el milagro divino de la soledad y el destino.

Yo no puedo corresponder a esos pedidos de encontrar la rosa misteriosa y presentarla a la prensa solo para encubrir el capricho lejano, las bestias que suben por el precipicio y se despeñan para evitar ese trabajo imposible y qué es la soledad, el destino y las palabras contradictorias que despojan a la multitud de calladas expresiones. No puedo, no quiero, no deseo y toda esa multitud reunida para exaltar las viejas pasiones suicidas de aquellos torbellinos de polvo, los provocadores del asma y la monotonía, de la humedad y toda esa desastrosa desesperación que llega con el eco de los aniversarios, de esas marchas que nacen justo donde el odio convierte los zapatos en incomprensibles antorchas apagadas.

La realidad, el mito serpenteante de esa botella de ron, el eco inconfundible de la vela que se derrite después del deseo y las pasiones y esa vieja melodía cargada de moho y antiguas palabras que rebotan desde el futuro para conseguir estampar las consignas en la paredes. No pueden borrarla tan solo con la mancha de pintura, es demasiado el dolor que el recuerdo puede más que la ilusión, que los destinos de ese monolítico que un día dibujó el futuro para apoderarse de la luz y que se quedó detrás del tiempo para martirizar cada deseo, para crear una sensación de olvido y desfachatez que se cerciora y apodera de cada centímetro de calle, de cada silueta, de cada palabra y responde desde la imposición con ese discurso incitante al odio y la destrucción, con esas mentiras tan conocidas como dispersas y nadie puede hacer más que sintonizar esos canales clandestinos que abren la compuerta al futuro, que opinan desde la conciencia y rebotan como deseos en cada esquina de la ciudad.

Yo quiero regresar a la ciudad y escribir estas palabras, pensar en destino y construir un altar a la inocencia, decapitar cada frase para que nazca el deseo, escurrir esas manchas azules que quieren martirizar la blancura creando esa siniestra cruz donde se refugian después de sepultar cada idea que se opone al charco de agua turbia de la cual creen modelar esa imagen pura y que esconden como esa montaña donde apareció por primera vez el secreto. Yo quiero regresar a la ciudad, tomar un pincel sin pinturas y borrar todo ese paisaje inevitable, comenzar a limpiar esas calles y dejar que los árboles impongan su respiración para dejar en el pasado en esa calle empedrada, en esa esquirla nacida justo en el instante donde no existe otra cosa que el pecado de renacer.


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