sábado, abril 10

EL CONDE Y LA CONDESA

(MI "YO" Y OTRAS HISTORIAS)





El principio de la duda no siempre te guía por el camino de la desconfianza. Lo más cercano a la irrealidad es la magia, la perseverancia para adecuar tus instintos y no desconfiar de lo que te rodea. Una visión, una simple corazonada puede de repente acercarte a una inmovilidad en el tiempo aunque no sea precisamente el camino triunfal a una salida de la visión, porque ese encuentro entre dos mutaciones de tiempo no contrae el mito y mucho menos la huella de una bendición.



Yo recuerdo un poema fantástico que me gusta evocar desde el silencio de mi habitación, puedo disfrutarlo, puedo sentir toda la magia que emana de cada una de sus sílabas y sin embargo no puedo nombrar una sola palabra del mismo, tal parece que quieren quedarse en mi memoria, que no desean sentir la posibilidad de una nueva vida. Este poema me fue regalado en una peña literaria en la Habana Vieja, en una casona que es un museo. Lo curioso de estas peñas era que comenzaban justo a la media noche en el patio central de la casona. Quien ha visitado estas grandes casonas de la Habana Vieja conoce lo maravilloso de sus patios centrales, verdaderas joyas arquitectónicas para una ciudad que comenzó a construirse sobre el capricho y el mal gusto de improvisados ingenieros.



La primera vez que asistí me pidieron los amigos que me invitaron que asistiera con un traje y su respectiva corbata, no importaba que por pantalón llevara unos desgastados jeans. Yo pensé en aquel momento que esta invitación estaba comprometida con alguna visita o evento importante, así que aproveche la generosidad de un amigo que me presto un saco y una corbata. Al llegar tuvimos que esperar a que la casona fuera cerrada por los trabajadores y abierta por nuestros anfitriones.



Yo pensaba en que poema podía leer, trataba de recordar y sin embargo ninguno de mis poemas llegó en mi auxilio, pensé en quedarme escondido en alguna de las columnas o tal vez descubrirme al final en una simple despedida.



Al entrar y estrechar la mano del conde y su prometida “la señorita condesa” no pude menos que tomar cada detalle e incrustarlo en una especie de poema, algo raro y caprichoso, que comencé a escribir justo al sentarme en una de las esquinas, bastante apartado de los asistentes a la peña.



La melodía y las palabras
el caprichoso viento nocturno
que desaparece justo al penetrar
en el patio de la casona
tomado del pomposo saludo
del gran Conde y su prometida



Así comenzaba aquel poema que termine al día siguiente porque una desconocida y misteriosa mujer llegó hasta mi apartado rincón tomando cada una de mis palabras y mi total atención.



Muchas veces he recordado este místico encuentro. Es la primera vez que escribo acerca de él. No piensen en los detalles, en esas curiosidades que dejo a la imaginación, porque no hablaré de ellas, no deseo romper el hechizo de aquella noche inusual. Lo único que diré fue que la mañana terminó con ese poema justo al atardecer.



Muchas veces asistí a estas peñas improvisadas en plena madrugada las cuales terminaron justo cuando la administración del museo descubrió que su sereno abría la casona a todos sus amigos poetas, pintores y trovadores. Después del final de estas peñas no vimos al Conde por algún tiempo. Desapareció de la Habana Vieja, quizás en agobiado por no tener una “mansión” donde recibir a sus invitados o quizás para evitar más problemas por su audacia.



Hace algún tiempo conversaba con una amiga en un bar de México y le comentaba acerca de este buen amigo y su hermosa locura. Lo curioso es que mi amiga me preguntó el por qué le decían el Conde y para ser sincero no supe decirle de donde le llegó el apodo y sin embargo si usted lo pudiera ver me diría es un Conde, una figura escapada de algún cuento de hadas o para ser justos de alguna de las historias que permanecen ocultas entre las paredes de aquellas casonas que pueblan la Habana Vieja. No hay dudas, mi buen amigo Luis, que era su verdadero nombre vestía un impecable disfraz digno de cualquier Conde o Duque, con todos sus velos y bordados. Su esposa, una digna condesa con todos los complementos que se acostumbran a finales del siglo XIX.



La última vez que los pude ver fue a través del cristal de un auto. Ellos caminaban tomados de la mano recibiendo el saludo de todos aquellos que pasaban por su lado y no podían entender que “Una visión, una simple corazonada puede de repente acercarte a una inmovilidad en el tiempo aunque no sea precisamente el camino triunfal a una salida de la visión, porque ese encuentro entre dos mutaciones de tiempo no contrae el mito y mucho menos la huella de una bendición….”

1 comentarios:

GINITEANDO dijo...

la inmovilidad nos coduce a la magia de la mutacion del tiempo nos remonta a viejas historias que viven en nosotros y a esos poemas fantasticos que se quedan dentro aunque lo necesitamos en nuestras noches.
De pronto una inusual reunion en el viejo patio de la casona,los invitados reales pintorescos como salidos de un cuadro de Dali y el poeta inventandose un poema a la altura de las personalidades alli presentes con su torpe alino indumentario se oculta tras las columnas del viejo patio..fantasia,locura e irrealidad matizan la bella estampa palaciega donde el conde y la condesa son los anfitriones...fantastico...un pomposo saludo de los condes desde ese patio central de una de esas casonas de la Habana Vieja

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