viernes, enero 1

LA SEÑORA DEL PASADO.









No quiero abrir la puerta, quizás esté escondido el destino en esa habitación o tal vez salgan a caminar aquellos fantasmas, aquellos desvencijados lugares que siempre me han perseguido en mi peregrinar, en mi gran caminata por el mundo y sus lados oscuros, no puedo ver el sol, no está disponible desde mi piel, se evapora su aliento, quizás sea el fragmento remoto o ese jardín desvanecido que aparece en el lienzo virgen, no preguntes, no estás en esa esquina que aun no ha sido construida, tampoco en las pinceladas que imaginó el pincel para el lienzo.

Estoy acostado en mi recuerdo, lentamente regresan todas mis muertes, esos cadáveres que alguna vez formaron parte de la sonrisa, que alguna vez caminaron por esas calles antiguas, repletas de historias inenarrables para los cuadernos, calles colmadas por tatuajes y alfileres, por ordenes que ya no recuerdo, besos y lujuriosas mariposas disfrazadas por la capa de la nostalgia.

Despierto, aun tengo el sabor de tu recuerdo en mis labios, no sé por qué te atreves a regresar del pasado, a escribir tu nombre en mis parpados, a convertir esas costumbres en buenas manías como si el espacio entre dos edificios fuera la sombra de un mal recuerdo, quién sabe, dónde estás, ya no te veo, tengo el sabor de tu cuerpo en mis labios y estoy despierto, quizás debo caminar por un vaso de agua.

Me persigues, ya no eres ese fantasma malhumorado que abrió la puerta equivocada y saltó sobre mis instintos, ya no eres esa niña malcriada que escribía su nombre en cada árbol y que años después los mandó a talar para que nadie conociera sus travesuras, ya no eres esa costumbre con sabor a caricia, me persigues, me buscas, quizás estés entre mis papeles o en el vacío oscuro de mi bolsillo, pero te presiento, estás aquí, ya es mediodía y aun tengo el sabor de tu cuerpo en mi boca.

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