SENTADOS FRENTE AL DESTINO

Estamos sentados en la parte de atrás del destino, esperando entre abrazos la llegada de una caricia, porque las caricias no son esa llegada de movimientos que ruborizan la piel, sino la acumulación de deseos reprimidos, deseos que nacen detrás del pecado, de esa sensación provocada por el roce de un pétalo en la humedad o esa pequeña nota musical que colma el instinto, que mueve la soledad, que abre esas ventanas por donde se destina la entrada de un beso, porque para que los besos entren a nuestra alma, para que se sienten a esperar por ese lugar donde van a nacer se necesita abrir esa ventana, justo cuando nunca esperamos que aparezca.

Estamos sentados en la parte trasera del destino esperando por esa posible aparición de la luna llena, la llegada de los pájaros nocturnos, el eco de esos grillos escribiendo su melodía en la pared de los árboles. No es la noche la que evoca nuestra conversación, es la proximidad de nuestros deseos.

La noche llega desde aquella sensación, ese primer silbido del pájaro azul, el eco, el mismo sentido por donde cruza el destino en esa ciudad, aquella, esa, que importa cual es la cercanía de la ciudad o cual sea el color de las paredes si estamos parados justo en el centro, sobre esa piedra que algunos enamorados llaman la gran roca y no importa si la luna está desaparecida desde la noche anterior si estamos desnudos y abrazados, si estamos unidos por el deseo y esos estremecimientos que provocan la sensación de eternidad. No importa, realmente vale la pena escribir poemas sobre tu cuerpo, sentir como dibujas tu amor en mi alma.

La noche termina acorralada por esa esperanza de seguir abrazado a tu cuerpo, por ese destino que estamos descubriendo, centímetro a centímetro, para que penetre en nuestros poros y quede su olor fijo en nuestros corazones, a quien le importa y si solo a nosotros nos interesa descubrir el verdadero sabor de ese olor que está habitando en nuestros sueños.