DESEOS Y DESTINO.

Estoy detenido en la esquina del silencio, quizás salga por esa puerta lejana a buscarte o quizás todo termine cuando la puesta de sol llegue a su final, a ese punto marcado entre dos expresiones, una de agonía y otra de orgullo. El secreto para descifrar el verdadero rostro del sonido esta en la cantidad de granos de arena que caen desde tu deseo hasta el fondo de la palabra.

Estoy sorprendido, la conversación sin palabras llega desde su propio eco, no está esa rosa que acostumbra a regalarme los buenos días desde su fragilidad, el viejo muro ha sido bendecido con una nueva capa de pintura, como si quisieran borrar toda su historia, todo ese pasado encubriendo los pecados que no llegan a la iglesia, los pecados que nacen justo en los crepusculos y que la falta de luz protege del escandalo.

Retomo mi camino, tal parece que no existe el tiempo, para qué correr en busca del otoño si ya escapó, ya no está, el destino es el dibujo que quedó grabado en mi espalda por tus caricias y no necesito más que la complicidad de una vela y tu aliento para retomar la historia y caminar por las calles de la ciudad, pero no estás, y no tengo deseos de reinventarte, de tomar una pequeña caricia desde mi recuerdo y armarte, no puedo, no quiero volver desde el recuerdo con la sensación de tu siguiente escapada, mejor apago la tarde desde mi nariz y sigo como si la ciudad fuera ese milagro, ese sonido a destino que como un árbol milenario solo sentirá el recurrente vaiven de una cotidianidad sostenida desde un discurso.

Ya esta apagada la ciudad, el largo camino desde el otoño al invierno acaba de terminar, afuera cae nieve y no tengo deseos de abrir esa carta que está en mi memoria, esa vieja conversación que solo quiere regresar. Ya está apagada la ciudad, mejor cierro los ojos y espero la llegada de la mañana sin la presencia de tu rostro, sin tus besos, si ese destino desparramado sobre mi cuerpo.