domingo, noviembre 1

LOS ARTISTAS (I)






El asombro, la miel en la frente y las constantes miradas a la esquina donde naufragó la mejilla de ese beso, esa maldición que se ensalitra por el puerto en una cofradía de amores perversos, llenos de ansiedad y desprecio, por ese reproche malbaratado en la primera misa del padre novato.

La cara de espanto en las cuentas, en las mesas colmadas de bolsillos vacios, de poemas con deseos de competir en los retratos de los callejones, en la vereda amplia que llega justo en la primera mirada, en aquella que nace desde la flor amarilla que se mueve al compás de una de las caderas del pecado.

Los vasos de tequila barato, el sabor, las conversaciones que siempre comienzan en las caricias de la noche anterior, en los lamentos, en aquellas calles donde se correteaba el destino infantil y abrir esa puerta, dos toques y el canto con voz melancólica, el eterno respirar, la cocaína perdida en los rostros arrugados donde nace el poema, la vieja canción que se viste con el humor de zapato, los piropos, la compra de esa bisutería sin efectivo, el cuento de la naturaleza, el beso y la promesa de un mañana en compañía, el despertar en cuartos cambiados. Las rosas oxidadas, el espacio justo para colocar el pantalón en la parte descubierta del riesgo sensual. La escapada al Café.

La calle destronada de la noche, con ese aroma de quietud que cubre el salón, las mesas que regresan, las computadoras, los lápices. Los pregones que anuncian el próximo intercambio de poemas por tequila, el mismo poema de la semana anterior, no se puede desperdiciar versos crudos en un desayuno mal ensayado, estrujado desde el fondo de la cazuela y el sonido a tortilla requemada por el añejo recorrido de los días sin clientes habituales.

La palabra del ahorcado, el moribundo recuerdo a noches de familias y abrazos, el triste sonido de los blues marchitos. La garganta desafinada de Carlos, el camino justo desde la acera opuesta al deseo y la corretiza del primer turista, el señor que se sentará en la mesa de la buena propina. Las conversaciones tradicionalistas, los poemas sin orgias, las hazañas de ese nacionalista que corrió desnudo por la plaza roja con las banderas cubriéndole la vergüenza de la apuesta, la primera conversación, el primer desayuno, la cuenta y la conversación regresa del parnaso al incrédulo acordeón que vibra aquellas melodías que nos recuerdan a un Buenos Aires sin socialistas. El turista, el salvador, el eterno caminante que termina por mostrarnos los primeros tequilas del día, los halagos, aquellos poemas que se repiten como espejos, las dedicatorias, el destino incierto de un exilio que se hace más largo que la desesperanza.

El salto, las pinturas que se venden en bocetos y las promesas de una exposición en la cara del diablo, el asombro, el gesto estudiado de la sobrevivencia. Los besos que se lanzan desde el precipicio llamado ventana hasta el escote marcado de las primeras damas de la noche, de aquellas damas que terminan su primer sueño y salen en busca de un remedio a su ternura, salen en busca del amor sincero, del amor que cubre la soledad de su costado. Nos buscan desde la lejanía, nos dejan disfrutar de esas nostálgicas mañanas y aun no llega la guitarra de cuatro cuerdas oxidadas y dos postizas, la bicolor, la llorona que recorre cualquier ciudad. Hoy no quiso amanecer como la costumbre, hoy quiso escapar de su rutinario cantar y quedarse enredado en el abrazo tardío, en la suma de milagros y el tequila privado.

Hoy amaneció diferente, gatos y maullidos caminan desde la otra calle paralela. Arboles con raíces nuevas, canciones nuevas, cantos, flores, espacios sin divisiones, la nueva ternura, el tiempo y aquellos juegos que se prohíben desde la ley y que nunca cierran la ventana para esconder sus largos y destituidos colores. Pisa papel que cubre el corazón de la ignorancia. El nuevo carnaval. Hoy le ha crecido una nueva calle al Deseo. Los nuevos rostros, el baile con música diferente. Una nueva carga de piropos, el movimiento de ese baile se torna más sensual.


El movimiento, la simple prolongación del espacio. El muro que dividía el pecado en dos fue derrumbado por la vejez pronunciada en 200 años incrustados en historias domingueras, reuniones familiares, lienzos que saltaban desgarrando los arboles de las dos aceras, la unificación de dos naciones que dominaban el destino de todo un barrio. Los recelos y los dónde están, aquellos corazones de chocolate que todos creíamos muertos, el regreso, la nostalgia de una prolongación inevitable. La noche descubrirá el primer encuentro de dos mundos, dos gotas de tiempo filtradas por un destino.


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