domingo, enero 24

HOMENAJE A UN VIEJO AMIGO




Para Julio San Francisco, el sabe por qué…

El recuerdo, esa vieja nostalgia que se acumula por las venas, que nos engolosina con pequeñas imágenes, con esa ternura que cae como rayo de luz, como beso salvaje, como esa luciérnaga que aparece en la entrada del camino con su pequeña luz, con esa única marca que será el obligado retorno al presente, o un escape, un largo trecho que debemos recorrer entre una palabra que ofrecemos como referencia o un verso que nace para regalarnos un abrazo en medio de la soledad, en medio de ese mundo donde aparecemos como gotas de agua una vez cada milenio, porque no podemos ser la cotidianidad, el deseo conjunto o esa ráfaga de viento que perfora la inutilidad, no podemos serlo porque somos recurrentes, porque somos la huella que va y viene en ese trasiego de acumulaciones, si nos vamos desaparecen las sonrisas, si nos quedamos se acumulan los desastres, por eso estamos a la mitad, la justa complacencia de un deseo o una imposición.

Somos la amistad, ese sendero travieso que se conforma con una cucharada de miel en las mañanas, ese cráter de luz que se abre para descubrir que estamos en la mitad de un viaje, un triste viaje que no tiene final, que no tiene un retorno, porque estamos escapando de un aniversario que nos persigue, de una flecha que transita por el aire cortando las ilusiones, desapareciendo cualquier espacio que haya quedado oculto y nos permita ese escape, ese ansiado regreso a la inutilidad.

Somos el ron, esa disparidad que vocifera aquellas exageradas canciones de antaño, los arpegios de una guitarra que esta atónita porque nadie regresa a recuperar el dolor de sus cuerdas, porque todos han escapado, porque todos están en la soledad, desparramados en la huella de una gota de agua que aparece y se esconde, que nos enseña cual es la ruta que debemos seguir en la siguiente mañana pero está equivocada, nadie puede conocer aquellos milagros, nadie debe violar la entrada sagrada de la cueva, por eso se rompen aquellos jarrones que cuelgan de la paciencia.

Somos la poesía, el viejo sendero de las vocales que se mueven al compás de una conversación, al compás de esa corazonada que llega para romper el mito o la desobediencia, ese temible aniversario que vuelve por nosotros y se adelanta en soplar la vela imaginaria, que se adelanta y nos roba el deseo porque seguimos escondidos en esa ilusión sin darnos cuenta que un segundo antes nos robaron el único deseo que pedimos de corazón y deja todo el año para vivir una amarga desilusión de regreso. Quien sabe si serán esas desilusiones acumuladas las que terminen el silencio del baile y rompan como los gemidos de una orquesta en esa gran fiesta de luz y recuerdos.

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